El tema de tapa de la edición de mayo de 2025, de ANUNCIAR Informa, el número 66, tiene un punto de partida ineludible: el fallecimiento del papa Francisco. Una noticia previsible, sí, pero no por eso menos significativa. Luchó hasta el final, y su muerte marca el cierre de una etapa. Sin embargo, esta reflexión no gira exclusivamente en torno a él. Lo que realmente importa es lo que su figura nos obliga a mirar de frente: cómo somos, como Iglesia, como católicos, como comunidad.
Y lo digo sin rodeos: en su mayoría, somos hipócritas. Nos cuesta muchísimo expresar disenso sin sentirnos fuera de lugar. En el mejor de los casos, callamos por miedo; en el peor, aplaudimos sin creer. Disentir parece un acto de herejía, como si aún viviéramos en tiempos del tribunal del Santo Oficio. Hoy no se queman brujas, pero se descalifica con un fervor que asusta. Se protege más a las figuras que a la verdad.
Lo curioso es que muchos —incluso colegas de años— me han confesado en privado que comparten mi visión crítica. A ellos, como a mí, Francisco les genera incomodidad, pero prefieren no expresarlo públicamente. No es por respeto, sino por miedo: miedo a perder espacios, a no encajar, a ser señalados. Esa cultura del silencio, donde se finge adhesión, me parece profundamente anticristiana. Siempre lo sostuve: nunca me gustaron sus guiños hacia ciertos personajes políticos, especialmente de mi país, Argentina, cuya gestión me obligó, en parte, a dejar mi tierra natal.
En cuanto a su conducción pastoral y a la manera en que ha llevado la barca de Pedro, no tengo objeciones: impulsó cambios necesarios y abrió procesos que nuestra Iglesia requería. Y lo afirmo con la convicción de quien cree en una Iglesia viva, madura, que no exige obediencia ciega, sino un compromiso honesto.
Paradójicamente, fue el propio Francisco quien nos instó a hablar con libertad, sin miedo. Lo repitió una y otra vez. ¿No es incoherente, entonces, temerle a la crítica? ¿O será que nos da miedo que otros nos vean cómo somos?
La doble moral, la tibieza disfrazada de diplomacia, es lo que más daño hace. A la Iglesia, al mensaje, a nosotros mismos. Yo elegí no sumarme a eso. Porque creo que ser comunicador católico no es maquillar la realidad, sino iluminarla con verdad.
¿Decir lo que se piensa? Sí, siempre. Aunque incomode. Porque si no podemos hablar con libertad en la Iglesia, ¿dónde, entonces?
De vos depende.
Alfredo Adrián Musante Martínez
Para ANUNCIAR Informa (AI)